Una humeante taza de whisky, por favor

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Hay una estrecha relación entre la literatura y el café. Como las películas y las palomitas, la música y las jeringuillas y la ópera y los binoculares.

Curiosamente, a la acción de leer se le asocia una taza de humeante café o té, mientras que al proceso de escritura le sienta mejor una copa de vino o un whisky con hielo. Una imagen bucólica referente a la lectura de una tarde de domingo invernal es la que contiene una mullida butaca, un café calentito y un buen libro. Le podemos añadir más adornos: el ruido lejano de las gotas de lluvia contra la ventana, la sensación de unos calcetines de lana en los pies o un gato ronroneando en nuestro regazo. A partir de ahí puede convertirse en una plácida sesión de lectura o en un tormento; bien puede suceder que nos interrumpa el teléfono dejado en otra habitación cuando ya nos habíamos acomodado, que al gato le dé por ponerse a mordisquear las páginas del libro y se ponga muy pesado, etcétera.

En realidad, tiene cierto sentido lo de las bebidas alcohólicas que acompañan al improductivo escritor: mientras que el café o el té nos pueden mantener despiertos si la novela es un tostón, el etanol debe de accionarnos la imaginación y provocarnos la verborrea o, al menos, favorecer un poco las conductas de riesgo típicas en un ebrio, sean cuales sean ésas en el proceso de escritura.

Des de luego, el binomio café literario es algo ya histórico y cada vez más actual (se incrementa el número de cafeterías-librerías o donde puedes tomar libros prestados) y aprovechado por los sectores turísticos de las ciudades: els Quatre Gats de Barcelona, donde se reunía Santiago Rusiñol con sus coetáneos, pronto se llenará de turistas; el Café Iruña de Pamplona mantiene un busto de Hemingway, así como el Café A Brasileira en Lisboa, que cuenta con la estatua de Fernando Pessoa, o el magnificente Café Gijón de Madrid.

Que si esos célebres escritores tomaran un simple café o se decantaran por algo más fuerte es algo que al turista de chanclas y calcetines ya no le importa.

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